sábado, 1 de abril de 2017

El Feminismo de Carolina Coronado



La vida de Carolina Coronado transcurre en uno de los periodos históricos más convulsos de la historia de España: en poco menos de 100 años la política, economía y sociedad experimentaron grandes cambios atravesando desde el Antiguo Régimen hasta la historia contemporánea.

Carolina Coronado Romero de Tejada nació, en agosto de 1821, en  el seno de una familia acomodada de Almendralejo (Badajoz), pero de ideología progresista, lo que provocó que su padre y su abuelo fueran perseguidos.


Tras mudarse a la capital (Badajoz) Carolina sería educada de la forma tradicional para las niñas de la época, pese a lo cual, ya desde pequeña mostró su interés por la literatura, y comienza a leer cualquier género u obra que puede conseguir. Además, se limita a aprender a escondidas el idioma del francés y a tocar el piano y el arpa, símbolo y afán de rebeldía. 


“Mis estudios fueron todos ligeros porque nada estudié sino las ciencias del pespunte y del bordado y del encaje extremeño, que, sin duda, es tan enredoso como el código latino, donde no hay un punto que no ofrezca un enredo.”

Carta escrita en 1909

Por ello, ya a la temprana edad de diez años, desarrolla una extraordinaria creatividad idónea para componer versos con un lenguaje algo desaliñado e incluso con errores léxicos, pero espontáneo y cargado de sentimiento, motivado por amores imposibles, entre los cuales destaca la figura de Alberto, de quien se duda si realmente llegó a existir.


El 22 de diciembre de 1839, en el número 262 El Piloto, periódico, una jovencísima Carolina publica el poema “ A La Palma”. Despierta así el interés de los poetas románticos en Madrid, entre ellos el de Espronceda quien le dedica un poema:


A CAROLINA CORONADO.
DESPUÉS DE LEÍDA SU COMPOSICIÓN
A la Palma

Dicen  que tienes trece primaveras
y eres portento de hermosura ya,
y que en tus grandes ojos reverberas
la lumbre de los astros inmortal

Juro a tus plantas que insensato he sido
de placer en placer corriendo en pos,
cuando en el mismo valle hemos nacido,
niña gentil, para adorarnos, dos.

Torrentes brota de armonía el alma;
huyamos a los bosques a cantar;
denos la sombra tu inocente palma,
y reposo tu virgen soledad.

Mas, ¡ay!, perdona, virginal capullo,
cierra tu cáliz a  mi loco amor,
que nacimos de un aura al mismo arrullo,
. para ser, yo el insecto; tú, la flor.

En 1852 Carolina contrae matrimonio con el diplomático norteamericano Horacio Perry. Para celebrar la boda hubo que salvar algunos inconvenientes, como que el novio era protestante y Carolina católica. En Gibraltar se celebró un matrimonio mixto, mientras que la boda católica se hizo en París. El 15 de enero de 1911 muere, en Madrid; Carolina Coronado, después de algunos años en los que el silencio se había convertido en su más fiel amigo y aliado. Posteriormente los restos de la poeta, junto a los de su marido, serían trasladados a Badajoz.

El feminismo de Carolina es el testimonio de una mujer inteligente y sensible con las dificultades que vivían las mujeres en su época, especialmente si quieren dedicarse a actividades, que no responden al papel que la sociedad les adjudica. Esta personalidad le acarreó muchas burlas y risas por parte de mujeres aristócratas e incluso por románticos del siglo, aunque se sostiene que en realidad se trataba de envidia.
"Yo era una de las primeras en esta época que se habían   atrevido a escribir haciendo en España una innovación sobre esa desusada facultad de la mujer...”

"Que entonces, en mi tierra, parecía  la sencilla poesía maléfica serpiente cuyo aliento dicen, que marchitaba a la joven, que osaba su influjo percibir sólo un momento."
De “Cantad hermosas”
Badajoz, 1845.

Ella misma se queja, en cartas a su mentor Juan Eugenio de Hartzenbush, de la marginación que sufre la mujer escritora en esta época y del rechazo del que es víctima por parte de la sociedad:
... en esta población tan vergonzosamente atrasada, fue un acontecimiento extraordinario el que una mujer hiciese versos, y el que los versos se pudiesen hacer sin maestro, los hombres los han graduado de copias y las mujeres, sin comprendedlos siquiera, me han consagrado por ellos todo el resentimiento de su envidia.”  (24 de octubre de 1840). 

En este contexto, no nos resulta difícil imaginar la multitud de escollos que Carolina tuvo que salvar. Uno de ellos, y quizás el más importante, la escasa formación intelectual que recibían las mujeres en la época, lo que la llevó a aprender de forma autodidacta.

Esta lucha a brazo partido, que se vio obligada a mantener, se refleja en algunos de sus más conocidos poemas, como es el titulado  “La poetisa en un pueblo”, en el que una mujer que hace versos es objeto de mofa y escarnio por parte de sus paisanos:

Más valía que aprendiera
a barrer que a decir coplas.
-Vamos a echarla de aquí.
-¿Cómo? -Riéndonos todas.

Y es que el término poetisa se había convertido en un estereotipo cultural. Incluso quienes, en lugar de criticar a Carolina por hacer versos, elogian su capacidad creativa, la están de algún modo insultando al nombrarla poetisa. Poetisa no es el femenino de poeta, no refleja la profesionalidad que se le atribuye al poeta. Más bien identifica la capacidad creativa con la condición de mujer. La mujer es puro sentimiento, por tanto, todo en ella es poesía. Hacer poesía no será considerado, como en el caso del varón.

Y lo peor de todo era que esta actitud ante las mujeres escritoras no sólo era exclusiva de una sociedad cerrada y provinciana, como era la de la España del XIX, sino que se daba en la misma Francia, paradigma del avance y del progreso.
 Lo paradójico de este siglo es que, de una parte, y debido a los avances tecnológicos de la imprenta, la creciente comercialización del libro y el aumento del público lector, a la mujer se daba acogida por primera vez en ateneos y liceos de provincias reconociendo así su labor de escritora.  Y de otra,  se la convertía en pieza clave de la vida familiar, en “el ángel del hogar”, condenándola así a la privacidad de la vida doméstica.

La misma Carolina, en prólogo a sus Elegías y armonías. Rimas varias, de 1862,  admite con cierta amargura que:”puede suprimirse el nombre de una escritora en la literatura contemporánea, sin que su mengua produzca la menor turbación en el sereno horizonte del arte, porque las escritoras somos una exuberancia del siglo XIX.”
 EL feminismo de Carolina Coronado se trasluce, en una primera etapa, en forma casi de manifiesto, de proclama por la libertad de la mujer. Son poemas publicados entre 1844 y 1847 en los que la Coronado denuncia la situación de marginación en que vivían las féminas:”EL Marido verdugo”, “La flor del agua” “Libertad”.

  El comienzo del poema El marido verdugo” no precisa de comentarios:

¿Teméis de ésa que puebla las Montañas
turba de brutos fiera el desenfreno?...
¡más feroces dañinas alimañas
la madre sociedad nutre en su seno!

Bullen, de humanas formas revestidos,
torpes vivientes entre humanos seres,
que ceban el placer de sus sentidos
en el llanto infeliz de las mujeres.



  
LIBERTAD
Risueños están los mozos,
gozosos están los viejos
porque dicen, compañeras,
que hay libertad para el pueblo.

Todo es la turba cantares,
los campanarios estruendo,
los balcones luminarias,
y las plazuelas festejos.

Gran novedad en las leyes,
que, os juro que no comprendo,
ocurre cuando a los hombres
en tal regocijo vemos.

Muchos bienes se preparan,
dicen los doctos al reino,
si en ello los hombres ganan
yo, por los hombres, me alegro;

Mas, por nosotras, las hembras,
ni lo aplaudo, ni lo siento,
pues aunque leyes se muden
para nosotras no hay fueros.

¡Libertad! ¿qué nos importa?
¿qué ganamos, qué tendremos?
¿Un encierro por tribuna
y una aguja por derecho?

¡Libertad! ¿de qué nos vale
si son los tiranos nuestros
no el yugo de los monarcas,
el yugo de nuestro sexo?

 Pero a partir de los años 50 su feminismo entra en notable retroceso o, al menos, adquiere un matiz algo discutible. Sigue defendiendo a la mujer que se diferencia del resto por su afición a las actividades intelectuales, pero mantiene que estas actividades en modo alguno deben apartarla de sus compromisos domésticos, que en todo caso han de ser su objetivo primordial. La instrucción en la mujer ha de servir para añadir una nota de color a sus responsabilidades familiares.

 La justificación a este cambio ideológico  se encuentra en el hecho de haberse convertido en esposa y, sobre todo, en madre. Algo que la misma Carolina anuncia en el prólogo de “La Sigea ”(1857):

“… porque antes para escribir me inspiraba audacia el saber que sólo el público indiferente había de leer mis escritos; pero ahora me acobarda la idea de que más tarde haya de leerlos mi hija.


 De modo que, ante su nueva situación de esposa, madre y escritora, opta por una solución reconciliadora: la de escribir limitando el número de sus publicaciones. Se doblega de algún modo a las exigencias de la sociedad, circunscribiendo su escritura al ámbito de lo privado, el verdadero reino de la mujer decimonónica, pero no ceja en su principal empeño: el de escribir. Abandona el ímpetu romántico que alentara sus primeras composiciones, pero se resiste a permanecer en silencio.



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